Sobre el diaconado de las mujeres

 

 

Sobre el diaconado de las mujeres

«Sigamos adelante a estudiar. No tengo miedo al estudio, pero hasta este momento no va» (Francisco).

Es un tema sobre el cual se ha estudiado mucho, y es bueno que se siga haciendo. Que la Tradición en general no es muy unánime y los testimonios son dispersos, aunque bastante claros, también es cierto. Entre ellos, que en la Iglesia primitiva existían mujeres llamadas diaconisas, que desarrollaban ciertos servicios en la comunidad, parece muy unánime. Así como que no siempre fueron consideradas formando parte, a pleno derecho, del sacramento del Orden.

Pero hay dos cuestiones previas. Ante todo, una clave que necesita ser asumida y superada, la que se desprende del paradigma clerical, que es esencialmente patriarcal y machista. Es un intento que se viene realizando de manera más decisiva desde el Vaticano II, pero con pocas marchas y muchas contramarchas. Pues todavía cuesta configurarse desde un paradigma antropológico más integral, y no solo porque lo reclamen las sensibilidades epocales, que por cierto son parte de esos signos de los tiempos que el Espíritu sigue ofreciendo a los/as seguidores/as de Jesús para proseguir su misión, sino, además y por sobre todo, por fidelidad a la dinámica de la revelación que nos invita a redescubrir en cada momento de la historia qué significa que todos los seres humanos somos imago Dei, del Dios-Padre/Madre/Trinidad. En este sentido, hay muchos aportes de mujeres teólogas y de otras disciplinas, que desde diversas perspectivas, vienen contribuyendo a esta necesaria superación paradigmática. Esperemos que estos estudios sean realmente asumidos en esta búsqueda de respuesta.

Por otro lado, está el paradigma eclesiológico, muy ligado al anterior. A más de 50 años del Vaticano II, nos sigue costando dejar atrás un paradigma piramidal jerarcológico y pasar a un paradigma comunional y ministerial, donde todo en la Iglesia es don del Espíritu y la ministerialidad es discernida desde y para el servicio de la vida en comunión y no para cubrir roles y puestos de poder, verticalmente decididos e impuestos sin más como voluntas Dei. Cuesta tanto en el lenguaje como en el modo de configurar los servicios ministeriales. Cuesta ponerse no solo a releer la historia hacia atrás (experiencias en la gran Tradición que iluminen), sino la historia como acontecimiento kairótico, donde toca redefinirse siempre desde la novedad del Espíritu, con humildad y audacia, al mismo tiempo. Esperemos que los estudios sepan aprovechar las mejores experiencias ecuménicas, las novedades pastorales de nuestra Iglesia, así como los mejores estudios al respecto.

En definitiva, no se trata solo de abrir las puertas a las mujeres a las ordenes o servicios ministeriales, sean estos temporales o permanentes, pues hay que temerle a todo «machismo con faldas», no se trata de un clericalismo más femenino por así decirlo, sino de una verdadera integración, en y desde una profunda revisión del paradigma antropológico y eclesiológico en la línea más honda del ser pueblo de Dios, comunión de carismas y ministerios, que el Espíritu sigue suscitando y avalando desde la primera hora, y que en este tiempo se vuelve clamor, pidiendo coraje en el discernimiento y confianza en dar pasos concretos. Bregamos porque Así Sea, y que no todo quede en discusiones eruditas encerradas en viejos odres que impiden al nuevo vino hacerse fiesta de vida, servicio y liberación.

p. Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR

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