No duelen los escándalos hasta que los escándalos no duelen…

No duelen los escándalos hasta que los escándalos no duelen…

Lo dice el papa Francisco, lo comentan los curas y los laicos más comprometidos, lo expande como regadío la prensa, no pocas veces muy amarilla e indolente: los escándalos sexuales golpean a la Iglesia. Hay que aceptarlo y enfrentarlo. Se debe hacer justicia. Ciertamente. Pero, ¿cuál? ¿De qué modo? Si el dolor solo lleva al revanchismo, a las venganzas y a las búsquedas de meras compensaciones de dinero y al clásico: “que se pudra en la cárcel”. Poco hemos avanzado en humanidad, poco aprendemos de nuestras heridas. El verdadero dolor busca abrir paso a la cura, a la compasión, tanto por la víctima como por el victimario, con todas las diferencias del caso, pero no sin que esas diferencias diferencien el modo de hacer justicia.

Una cosa es cierta, estos sucesos nos llaman a vivir con mayor transparencia, a decirle definitivamente adiós a todo tipo de ocultamiento, pero ello no quiere decir perder el respeto por las personas, por las que se equivocan y por las víctimas de dicho equívocos. Además, toda situación necesita su discernimiento, analizar las causas, personales y estructurales, y por ende clarificar las responsabilidades en cada una de esas dimensiones.

Por omisión o por comisión la Iglesia, en sus personas y estructuras, ha de asumir las diversas responsabilidades. Las responsabilidades personales son más fáciles de individuar y afrontar. Resta el desafío de emprender reformas estructurales profundas en la Iglesia, sea en cuanto a la formación para el ministerio ordenado sea en la forma misma que este ministerio debería tener a la luz del evangelio y de los signos de los tiempos. Si la Iglesia, que se considera pro-seguidora de la vida y praxis de Jesucristo, no es escuela de libertad y transparencia, de autenticidad y de verdad personal y estructural, si ella como institución, en todas sus instituciones, no se arrodilla buscando perdón y se coloca en camino de reconciliación y transformación liberadora ¿cómo se le puede pedir a los demás que así lo hagan? Y para ello no son suficientes las Cartas, homilías o declamaciones, hay que pasar a las acciones coherentes con este espíritu.

El escándalo no es ruborizarse y decirse ¡cómo nos pudo pasar “esto” a “nosotros”!, sino más bien dolerse porque a “nosotros” nos ha pasado “esto”, y no podemos dejar que sea solo pasado sino que ha de ser aprendizaje de presente e impulso de cambios integrales hacia adelante. No es cuestión de solo blanquearse hacia afuera y andar condenado personas y, lo peor, abandonarlas al tribunal epocal que no pocas veces huele a venganza y oportunismo.

En la espera al parecer de algún documento oficial de parte del papa, sobre el cuidado o protección de los menores, auguramos no solo un recetario preventivo y o punitivo sobre estos “casos”, sino que además esperamos con lucidez crítica y sapiencial poder encontrar líneas que apunten a una reforma integral de asumir en la Iglesia la sexualidad, la madurez humana y el camino de configuración y formación ministerial.

Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR

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